viernes, 16 de julio de 2010

De Shopenhauer como educador - Tercera consideración intempestiva de Friedrich Nietzsche - Fragmentos (1)

"Cuando el gran pensador desprecia a los hombress, desprecia su pereza, porque por ella se asemejan a productos fabricados en serie, indiferentes, indignos de evolución y de enseñanza. El hombre que no quiera pertenecer a la masa únicamente necesita dejar de mostrarse acomodaticio consigo mismo: segiur su propia conciencia que le grita: ¡Sé tú mismo! Tú no eres eso que ahora haces, piensas, deseas. Toda joven alma oye este grito día y noche y se estremece, pues presiente la medida de felicidad que, desde lo eterno, se le asigna cuando piensa en su verdadera liberación; mas de ningún modo alcanzará esa felicidad mientras se halle unida a la cadena de opiniones y el temor. ¡Y qué desolada y absurda puede llegar a ser la vida sin esta liberación. (...) Grande es la esperanza de quienes no se consideran ciudadanos de estos tiempos; y es que, si lo fuesen, habrían contribuido a matar su tiempo, y con su tiempo se habrían hundido; mientras que, por el contrario, ellos no querían sino que su época despertara a la vida, s fin de existir en esa misma vida".

"Nadie puede construirse el puente sobre el que precisamente tú tienes que cruzar el río de la vida: nadie, sino tú solo. Verdad es que existen innumerables senderos y puentes y semidioses que desean conducirse a través del río, pero sólo a condición de que te vendas a ellos entero: mas te darías en prenda y te perderías. Existe en el mundo un único camino por el que nadie sino tú puedes transitar: ¿A dónde conduce? No preguntes, ¡síguelo! ¿Quién fue el que pronunció la sentencia: un hombre no llega nunca tan alto como cuando desconoce adónde puede conducirle su camino?. (...) Es una empresa tortuosa y arriesgada excavar en sí mismo de forma semejante y descender violentamente por el camino más inmediato en el pozo del propio ser. Corremos el riesgo de dañarnos de manera que ningún médico pueda curarnos. (...) Pero he aquí una vía para llevar a cabo este interrogatorio tan importantante. Que el alma joven observe retrospectivamente su vida, y que se haga la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que has amado hasta ahora verdaderamente? ¿Qué es lo que ha atraído a tu espíritu? ¿Qué lo ha dominado y, al mismo tiempo, embargado de felicidad? Despliega ante tu mirada la serie de esos objetos venerados y, tal vez, a través de su esencia y su sucesión, todos te revelen una ley, la ley fundamental de tu ser más íntimo. Compara esos objetos, observa de qué modo el uno complementa, amplía, supera, transforma al otro, cómo todos ellos conforman una escalera por la que tú mismo has estado ascendiendo para l legar hasta lo que ahora eres: pues tu verdadera esencia no se halla oculta en lo más profundo de tu ser, sino a una altura inmensa por encima de ti, o cuando menos, por encima de eso que sueles considerar tu yo. (...) Mientras que aquélla no es sino liberación, limpiezaa de la mala hierba, de las inmundicias, de los gusanos que quieren alimentarse de los tiernos brotes de las plantas; es torrente de luz y calor, culce caída de lluvia noctura: es imitación y adoración de la Naturaleza allí donde ésta muestra sus intenciones maternas y piadosas, también es su retoque cuando procura evitar sus crueles e implacables envitews transformándolos en algo beneficioso al cubrir con un velo las manifestaciones de sus propósitos de madrastra y de su triste locura".

"El estudio de todos esos medio filósofos resulta sólo interesante en la medida en que sirve para reconocer que caen de inmediato en la construcción de grandes filosofías en las que, de un modo harto académico, se permite pensar en los pros y los contras, donde es lícito socavar, dudar y contradecir, pero que con esto se evaden a su vez de lo que se exige a toda gran filosofía, la cual, en cuanto totalidad, no rezará ahora y siempre y, ante todo, otra cosa que ésta: He aquí el cuadro de toda vida; aprende de él el sentido de la tuya. Y a la inversa: Lee tu vida, y aprenderás de ella los jeroglíficos de la totalidad de la vida. Así es, en primer lugar, la forma en que debe ser interpretada la filosofía de Shopenhauer: individualmente, sólo desde lo singular hacia sí mismo, a fin de adquirir conciencia de la propia miseriea y necesidad, de la propia limitación, y aprender los remedios y los consuelos, esto es: la entrega en sacrificio del yo, además de la sumisión a los principios más nobles, sobre todo, a la justicia y la compasión. Nos enseña a distinguir entre lo real y lo aparente en el fomento de la felicidad del hombre; como si ni el hacerse rico, ni el obtener honores, ni la mucha erudición puedan dispensar al individuo del profundo descontento que lo embarga por la banalidad de su existencia; y cómo la aspiración a estos bienes únicamente adquiere sentido a través de un elevado propósito transfigurador y universal: la obtención de poder y mediante él ayudar a la physis y convertirse, en cierta medida, en corrector de su necedades y descuidos. (...) Pocos pensadores han sentido en grado similar y con la misma incomparable seguridad la sensación de que en su interior moraba realmente el genio: y ese genio le prometía lo máximo, esto es: que no habría surco más profundo que el que hendiera su arado en el terreno de la humanidad moderna. Así, sabía que la mitad de su ser estaba satisfecha y completa, carente de deseos, segura de su vigor; de ahí que realizase su misión con grandeza y dignidad, como alguien victorioso que hubiera alcanzado la perfección. En su otra mitad residía un anhelo incontenible; lo comprendemos al oír las palabras que pronunció al desviar dolorosamente su mirada de un retrato de Rancé, el gran fundador de la Trapa: Eso es cosa de la Gracia, murmuró. En efecto, el genio añora profundamente la santidad, porque desde su atalaya ha visto más lejos y más claro que cualquier otro hombre: hacia las profundidades, en la conciliación entre el conocer y el ser: hacia las alturas, en el reino de la paz y la negación de la voluntad, y más allá de la otra ribera de la que hablan los hindúes. Pero , precisamente, he aquí el milagro: ¡cuán incomprensible e indestructible debió de ser la naturaleza de Shopenhauer para que no le destruyera esa añoranza, y para que tampoco la endureciera!".

"Cada hombre porta en su interior, como núcleo de su ser, una unicidad productiva; y si llega a hacerse consciente de esta unicidad, se difunde a su alrededor un extraño resplandor, el resplandor de lo extraordinario. Esto es para la mayoría algo insoportable, porque, como ya he dicho, los seres humanos son perezosos y porque de esa unicidad pende una cadena de molestias y esfuerzos. No cabe duda de que para el ser extraordinario que carga con esta cadena, esta vida sacrifica casi todo aquello que se anhela en la juventud: jovialidad, seguridad, ligereza, honor; el premio de la soledad es el regalo que le hacen sus congéneres; el desierto y la caverna surgen de inmediato allí dondequiera que viva. Entonces tendrá que cuidarse de no dejar que lo sometan, de no sentirse oprimido, así como de caer en la melancolía. (...) Aquí y allá siempre hay alguien a quien la Naturaleza dota de agudeza mental, sus pensamientos transitan de buen grado por el ambiguo camino de la dialéctica; con qué facilidad, si despreocupadamente da rienda sueltqa a su talento, acaba destruyéndose como hombre, e inmerso en la ciencia pura lleva tran sólo una vida de espectro; o, acostumbrado a buscar siempre el pro y el contra de las cosas, pierden en general el sentido de la verdad, y de este modo, tiene que vivir carente de valentía y de confianza, negando, dudando, corroído, insatisfecho, con la esperanza a medias, siempre aguardando la desilusión: ¡Ni siquiera un perro querría seguir soportando semejante vida por más tiempo!. El tercer peligro es el endurecimiento moral o intelectual; el hombre rompe el vínculo que lo unía con su ideal; deja de ser fértil en uno u otro ámbito y, en lo que se refiera a la cultura, acaba por debilitarse o tornarse inútil. La unicidad de su ser se transforma en un átomo individisible e incomunicado, en una roca gélida. Y he aquí que tanto puede parecerse a causa de la unicidad como por el temor a la unicidad, en sí mismo o abandonádose a la renuncia de sí mismo, a causa de la nostalgia o a causa del endurecimiento: pues vivir, en general, quiere decir estar en peligro".

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